Los subterfugios de la esperanza son tan ineficaces como los argumentos de la razón,

dice E. Cioran, refiriéndose a la experiencia de pánico.

 

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Si alguna vez hemos sido víctimas del pánico entenderemos la sensación de rabia o impotencia cuando nos dice el especialista: “ No es nada, eres tú que lo creas, no es una enfermedad física, es psicológica, es solamente tu miedo”.

Estas palabras ignoran que un mal imaginario es peor que uno real y se puede convertir en algo más real que cualquier realidad. El miedo puede ser un enemigo que nos acompañe como una sombra siniestra y cuanto más tratamos de escapar más nos perdemos en su interior.

El miedo es la más primitiva de las emociones, es una reacción adaptativa porque nos protege de los peligros, pero cuando alcanza sus límites más extremos es una sensación tan potente que involucra al cuerpo, creando una reacción psicofisiológica que se anticipa a cualquier pensamiento.

 El miedo a la oscuridad

El miedo a la oscuridad generalmente aparece cuando apagamos la luz normalmente al irnos a dormir, dicha situación provoca la activación del organismo, que en cada persona puede ser distinta, llevando a la sensación de pérdida de control, y está asociado a toda una serie de conductas tranquilizadoras para evitar o prevenir nuestro miedo.

Normalmente dejamos las persianas abiertas para que entre la luz de la calle, o dejamos una lucecita de la habitación o del pasillo encendida, tratamos de dormir acompañados si normalmente dormimos solos, retrasamos o adelantamos nuestra hora de irnos a la cama para acostarnos acompañados etc.

Este miedo se manifiesta con síntomas de ansiedad diversos que son la consecuencia de una activación del sistema nervioso simpático debido a la percepción de la amenaza de la oscuridad y desaparecen al realizar las anteriores conductas tranquilizadoras.

El miedo intenso provoca señales de agitación y nerviosismo como temblores, sudoración, taquicardia, lloros intensos, dificultades en la respiración, opresión de pecho, dolor de estómago, molestias gastrointestinales, y todo tipo de conductas de rechazo a quedarse solos a oscuras.

Normalmente la persona pide ayuda psicológica cuando siente que empieza a limitar su vida o la de sus familiares, y muchas veces coincide con un cambio situacional que impide dejar una luz encendida o dormir acompañado, por ejemplo en vacaciones, tras una separación etc.

El miedo a la oscuridad puede manifestarse tras vivir una situación traumática como la pérdida de un ser querido, haber sufrido una agresión, un cambio de hogar o empleo etc., aunque no siempre es posible identificar la causa. Pero la clave en el desarrollo de la fobia no es esta situación de amenaza en sí, sino nuestra reacción inmediatamente después del suceso, que la alimenta.
 
El miedo a la oscuridad en los niños lo trataré en otro artículo, solo mencionaré que el miedo a la oscuridad en la infancia forma parte de un proceso normal de cambio en el niño durante el crecimiento, solo cuando se mantiene en el tiempo y su intensidad es desbordante es necesaria la ayuda de un psicólogo.

El miedo a la oscuridad suele ser universal en todos los niños de una cierta edad, es puntual y está unido a su propio desarrollo cognitivo. Entre los 2 y 7 años prima la fantasía, cobran vida los seres inanimados, los niños combinan lo real con lo imaginario, evocando situaciones ficticias como si fueran reales, se empiezan a asustar con los fantasmas, las brujas, los monstruos. A esas edades es bastante común que los niños quieran dormir con una luz o acompañados o se despierten con pesadillas como si fuesen reales.

En los adultos el miedo a la oscuridad suele asociarse a una situación de cambio que afecta al individuo y le genera estrés, sufrimiento o simplemente le pone nervioso. Pero lo que crea y mantiene la fobia es la reacción que tiene la persona,  tras este cambio a lo largo de los días, al irse a la cama.

Es decir, las soluciones intentadas o aquello que hace o no hace para disminuir su miedo actúan como un fertilizante que alimenta el miedo y por tanto la activación fisiológica.

Dificultades para respirar ante la oscuridad

Ante la oscuridad el cuerpo puede reaccionar con ansiedad produciendo dificultades para respirar, sensación de ahogo o falta de aire, aumentando dichas sensaciones exponencialmente hasta llegar al pánico sino se enciende la luz.

En la situación de oscuridad absoluta no hay estímulos visuales, los ruidos pueden escucharse amplificados y es fácil que nuestra imaginación nos juegue malas pasadas, porque hay espacio para que aparezcan nuestros fantasmas o miedos.

Normalmente está asociado a la claustrofobia, la ausencia de visión del espacio puede hacer sentir a la persona como encerrada y/o que escapar será imposible, en mi artículo sobre la claustrofobia* se trata ampliamente este problema.

La dificultad de respirar al apagar la luz se produce por la amenaza percibida: “me ahogaré”, “me moriré”, asociado a no ver nada y va escalando en intensidad según pasan las noches, desapareciendo cuando se duerme con la luz encendida y/o acompañado.

El inicio puede coincidir con un duelo, ya que la muerte de un ser querido puede hacernos más conscientes de nuestra vulnerabilidad personal, nos confronta con la realidad de nuestra propia muerte. Esto puede generar una atención excesiva hacia nuestro cuerpo: latidos del corazón, respiración, equilibrio, pecho, abdomen…

La convicción de que se puede producir el ahogo en la oscuridad aumentará esta escucha del cuerpo junto con el intento de controlar esas sensaciones, y cuanto mayor es el intento de control mayor perdida de control, y unido a las conductas tranquilizadoras facilitarán el mantenimiento del miedo.

Si hemos sufrido un ataque en la oscuridad, la noche puede quedar asociada al trauma y evocar toda una serie de imágenes desagradables que ocasionan una activación fisiológica espontánea. El descondicionamiento o des-aprendizaje deliberado de esta asociación (oscuridad-peligro) debe realizarse dentro de una terapia psicológica.

Mira el miedo a la cara y dejará de molestarte: SRI YUKTESWAR

La fobia a la oscuridad puede superarse mediante un programa terapéutico basado en la exposición gradual a situaciones de miedo, a través de estrategias que desvíen la atención hacia la ejecución de otras tareas, usando la estratagema china “surcar el mar sin que el cielo lo sepa”.

No hay recetas magistrales siempre hay que tener en cuenta las particularidades de cada problema personal.

Vivimos en el miedo y de esta forma no vivimos.

GAUTAMA BUDA

 
* Claustrofobia. ¿Somos esclavos o artífices de nuestros temores?.

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Belén Silván Oró

Belén Silván Oró. Licenciada en Psicología. Colegiada nª M-12091.
Especialista en Terapia Breve Estratégica. Especialista en Intervención en Ansiedad y Estrés. Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica. Experta en Hipnosis Ericksoniana. Experta en Neuropsicología Clínica y en Rehabilitación Neuropsicológica del Deterioro Cognitivo.

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