La pérdida de un ser amado es psicológicamente tan traumática como herirse o quemarse gravemente lo es en el plano fisiológico.

El duelo representa una ruptura del estado de bienestar y salud acompañado de un dolor muy profundo físico y psíquico, tristeza, emociones de rabia e impotencia, vacío emocional, apatía, déficits de atención y memoria.

La mayoría de los estudios muestran que las personas en proceso de duelo padecen más síntomas depresivos durante el año que sigue a la pérdida que aquellas que no están pasando por un duelo. La tristeza suele acompañarse de malestar físico como dolores de cabeza, temblores, vértigo, palpitaciones y diversos síntomas gastrointestinales.

Pero no todas las pérdidas son sufridas con la misma intensidad, dependerá del apego o los lazos emocionales que hayamos establecido.

El vínculo entre madre e hijo es muy fuerte en los primeros años de vida porque el instinto de protección y seguridad se proyecta hacia el hijo desde el nacimiento, por ello es tan traumática una separación permanente como es la muerte de un hijo.

El niño busca a su madre y ambos se encuentran en un intercambio de necesidades, formando una unión especial, la madre proporciona al niño una base segura a partir de la cual explorar el mundo y que la madre cubra las necesidades de su hijo le dan sentido y estabilidad.

Cuando la figura de apego desaparece o se ve amenazada, la respuesta es de intensa ansiedad y protesta emocional. La muerte de un hijo deja una huella de la que según testimonios de madres que lo han sufrido, nunca se borra, es una herida abierta que no deja de sangrar, es vivir incompleta, te falta un miembro.

Cuando ocurre algo así los principios implícitos en la relación materno-filial se derrumban: proteger al niño para que crezca sano y que éste le sobreviva, haciéndose pedazos los esquemas de una vida futura junto a él.

La madre que ha perdido a su hijo siente que ha fracasado en su rol principal: salvaguardar a su hijo, siente una tremenda culpa por no haber sido capaz de protegerlo, y una terrible rabia contra el mundo por habérselo arrebatado y tener que vivir esta injusticia. ¿Cómo explicará a sus hijos sin expresar con rabia lo ocurrido, cómo se perdonará a si misma y a su marido por no haberlo evitado?.

El paso de un huracán deja un desastre ante nosotros que requiere una reconstrucción y una adaptación al cambio, así mismo tras un fallecimiento significativo el proceso de duelo implica pasar por una serie de fases que requieren realizar una serie de tareas.

Las personas que no las completan pueden quedarse enganchadas y seguir sufriendo el impacto de su pérdida como si fuese el primer día.

Aceptar la realidad de lo ocurrido es el primer objetivo para iniciar la reconstrucción que implica realizar los rituales tradicionales como ir al entierro, misas y conmemoraciones que ayudan a la despedida.

Así mismo es necesario salir a la calle y exponerse a ver otros niños, es frecuente encontrarse llamando en voz alta al hijo, confundirle con otros niños de su entorno, caminar por la calle y ver a alguien parecido que les recuerda a su hijo y entonces decirse a si misma: “no, no es mi hijo. Mi hijo está muerto”. Es común creer oír al niño por la casa, entrar en su cuarto para despertarle, llamarle y volver a repetirte “mi hijo ya no esta”.

¿Qué cosas dificultan aceptar esta realidad?

Negar su muerte guardando intacta la habitación del hijo o sus juguetes por la casa como si nada hubiera ocurrido, esto aunque no es extraño a corto plazo se convierte en negación si continúa durante años. Si una madre ve al fallecido personificado en uno de sus hijos consigue amortiguar el sufrimiento, pero si se mantiene daña al hermano y retrasa la aceptación de la pérdida.

Negarse que la pérdida sea valiosa: “no era tan buen hijo, no estábamos tan unidos”, es otra manera de protegerse del sufrimiento y dificulta poner al fallecido en su lugar, al igual que acudir a sesiones de espiritismo para contactar ya que impide dejarle ir emocionalmente.

Aceptar la realidad de su ausencia definitiva supone breves momentos de incredulidad y la fantasía del reencuentro que se entremezclan con enfado contra todos y todo. La segunda tarea importante será afrontar las emociones negativas de dolor que son naturales al perder a un ser significativo porque si has amado intensamente tu dolor será proporcional.

Las personas que son capaces de amar intensamente pueden sufrir también un gran dolor, pero esa misma necesidad de amar sirve para contrarrestar su dolor y curarles (Tolstoy).

Por tanto es necesario dar un espacio a dichas emociones, el dolor y la rabia canalizada y no bloqueado evitará pasarnos factura mediante un colapso con alguna forma de depresión. A tal objetivo usaremos la escritura programada diaria, porque nos ayudará a expulsarlo todo y poner distancia a los pensamientos negativos.

Socializar nuestro dolor hablándolo constantemente lo alimenta porque sale sin control como un dique abierto donde el agua lo arrasa todo e inunda nuestra vida. Permanecer cerrado y no hablar también es perjudicial al bloquear los sentimientos y negar el dolor que está presente. El agua que sale fuera no te ahoga por dentro.

Las acciones que dificultarán el proceso de duelo serán: intentar distraerte del dolor siempre que aparezca, viajar lejos huyendo de recuerdos, eliminar todas las imágenes del fallecido, prohibir nombrarle, imaginarse que se ha ido a un país lejano.

De hecho, desde la Terapia Breve Estratégica empleamos la “galería de recuerdos” que es una técnica que consiste en repasar mentalmente cada día imágenes vividas con la persona fallecida, es decir, dedicar un pequeño espacio del día a pensar en tu ser querido.

Adaptarse a seguir viviendo

La madre deberá adaptarse a la nueva realidad, esto supondrá dejar de llevar a su hijo a la guardería o al cole, de comprarle cosas que necesitaba, consiste en darse cuenta e implica asumir el cambio y vivir sin él. Normalmente una muerte súbita y prematura hace cuestionar nuestras creencias y nos hace buscar un significado para recuperar cierto control.

Según mi experiencia las madres que tienen fuertes creencias y se apoyan tras el trauma en la religión consiguen aliviarse y no aislarse del mundo.

Superar el duelo no significa olvidar, una madre siempre tendrá presente a su hijo ausente, significa recuperar un cierto control de la vida, tanto emocional como funcional, un alivio de los síntomas, el dolor insoportable se convierte en algo más llevadero que no te impide dedicarte a las tareas cotidianas, como al trabajo, al cuidado de los demás hijos y la relación de pareja.

Sería recolocar emocionalmente al fallecido y seguir adelante con la vida, encontrando un lugar apropiado en su corazón para el niño perdido y dejar espacio para amar a los demás.

Una muerte prematura tiene un gran impacto en la familia, los amigos y familiares no saben como actuar y apoyar, los padres manifiestan fuertes sentimientos de culpa que deben aprender a manejar para no arrastrar el dolor. La psicoterapia podrá ayudarle a facilitar el duelo.

Encontramos un lugar para lo que perdemos. Aunque sabemos que después de dicha pérdida la fase aguda del duelo se calmará, también sabemos que permaneceremos inconsolables y que nunca encontraremos un sustituto. No importa qué es lo que llena el vacío, incluso si lo llena completamente, siempre hay algo más

(E.L. Freud, 1961, Letters of Sigmund Freud, NY, Basic).

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Belén Silván Oró

Belén Silván Oró. Licenciada en Psicología. Colegiada nª M-12091.
Especialista en Terapia Breve Estratégica. Especialista en Intervención en Ansiedad y Estrés. Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica. Experta en Hipnosis Ericksoniana. Experta en Neuropsicología Clínica y en Rehabilitación Neuropsicológica del Deterioro Cognitivo.

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