El sendero de nuestra vida es como un mosaico, no podemos reconocerlo ni juzgarlo hasta estar a una cierta distancia de él.

 

Arthur Schopenhauer

Los padres son una parte muy importante en nuestras vidas, solemos mirarlos desde la niñez con orgullo, admiración, amor, a veces con temor, rabia e incluso odio; su presencia nunca nos deja indiferentes porque la convivencia con ellos es clave para nuestro desarrollo personal y social.

Los sentimientos hacia nuestros padres no permanecen inmóviles sino que cambian y evolucionan a lo largo de los años. Nuestros afectos están influenciados por los recuerdos que tenemos de la infancia, de la adolescencia, por los acontecimientos ya sea en forma de éxitos o tragedias familiares, por las palabras pronunciadas y por aquellas nunca dichas, por el influjo de nuestros hermanos, por el tiempo que pasamos con nuestros padres, por sus decisiones, etc.

En ocasiones la culpa nos persigue, un sentimiento que nos hace repasar mentalmente una y otra vez un acontecimiento con nuestros padres, que nos hace preguntarnos por qué fuimos tan crueles o por qué nos mantuvimos impasibles: “por qué le gritaba tanto”, “no debería haberme ido de casa”, “por qué no actúe”…

El sentimiento de culpa y la empatía

El sentimiento de culpa es un signo de empatía, es decir, requiere la capacidad de ponerse en el lugar del que sufre, sentir su dolor y arrepentirse y/o tratar de reparar los daños. Pero mal gestionado el sentimiento de culpa puede producir mucho dolor, a veces el daño no puede repararse porque la persona supuestamente agraviada ha fallecido y entonces se hace insoportable el sufrimiento.

Algunas personas tratan de expiar o borrar su culpa a través de penitencias, sacrificios, autocastigos. Por ejemplo un mercenario y asesino arrepentido en busca de redención, se ordena sacerdote y recorre la selva arrastrando un peso realmente grande. Otras personas tratan de limpiar su conciencia reparando lo que han hecho, como una madre ausente en la infancia de su hijo que en su adolescencia le provee de un cariño asfixiante y compensaciones económicas. Otras personas realizan actos benéficos para ser perdonados.

Don D. Jackson, psiquiatra investigador del Mental Research Institute de Palo Alto en California que contribuyó al estudio de la familia, nos deja una dura sentencia: el altruismo es la forma más perversa de egoísmo.

De hecho una buena parte de las buenas acciones o los sacrificios que nos convierten en buenos, sirven provisionalmente para calmar nuestro remordimiento y a veces nos transforman en víctimas, y asumiendo este rol difícilmente reaccionaremos.

Abandonar cualquier tipo de actitud de sacrificio permanente nos ayudará a cerrar el pasado que por desgracia no puede cambiarse, hará posible que asumamos la responsabilidad de nuestros errores y aprendamos de ellos y lo más importante, nos situará en el momento presente dándonos la posibilidad de construir un futuro y poder escribir nuevas historias para poder perdonarnos a nosotros mismos.

Normalmente los seres humanos somos nuestros propios verdugos. ¿Y si el daño infringido no fuera tan grave como creemos? ¿Y si fuéramos víctimas de nuestra propia crueldad y de nuestros propios recuerdos?

La importancia de los recuerdos

En primer lugar tenemos que tener cuidado con la importancia que damos a nuestros recuerdos. Nuestra memoria no es exacta sino que comete fallos constantemente, engrandece o minimiza los errores o éxitos porque los recuerdos están teñidos de emociones. Por ejemplo los recuerdos infantiles pueden ser vividos más amenazantes porque éramos pequeños, más bajitos, más frágiles.

Los recuerdos son muchas veces recortes inconexos de la realidad y tenemos la tendencia a rellenar los huecos en blanco con experiencias positivas o negativas para darles sentido. Por ello a veces se crean recuerdos falsos.

En segundo lugar, no podemos olvidar que cada persona tiene una visión propia de un mismo acontecimiento. El antropólogo Gregory Bateson decía: No hay experiencia objetiva; toda experiencia es subjetiva.

Los recuerdos no podemos tomarlos como datos objetivos, ni es razonable juzgarse por lo que han debido sentir nuestros padres, porque cada uno tiene una visión distinta de lo sucedido. Lo que para nosotros ha sido “crueldad” para nuestros padres ha podido significar “adolescencia”, ese momento vital de rebeldía que está más que asumido. La edad y el paso del tiempo hace posible entender y/o aceptar los acontecimientos familiares.

Como debemos actuar ante el sentimiento de culpa

Cuando somos asaltados por el sentimiento de culpa y nos quedamos enganchados dándole vueltas a los mismos pensamientos, de nada sirve seguir analizando porque llegaremos una y otra vez a las mismas conclusiones y no habrá cambiado nada. Hablar y desahogarnos constantemente con los familiares y amigos no hará más que alimentar esa culpa.

La estrategia que nos va a liberar de este mecanismo vicioso es la escritura terapéutica, que tiene ciertas variantes en función de la manera en que se manifiesta el sentimiento de culpa.

Por ejemplo cada vez que la persona se encuentre asaltada por los pensamientos pondrá por escrito todo lo que hay en su mente, plasmando su pasado, lo que le hace sentir en culpa,  su presente hasta que sienta que ha escrito suficiente.

Otra alternativa será escribir cartas dirigidas a terceras personas que nunca serán enviadas. Una mujer dedica un momento del día a escribir a su padre fallecido y le expone sus sentimientos más íntimos nunca expresados, tanto reproches como felicitaciones y agradecimientos.

Aunque los efectos de las técnicas de la escritura serán siempre liberadores, no les adelantaré los demás beneficios hasta que hayan experimentado los cambios. En la Terapia Breve Estratégica es habitual descubrirlos y sólo entonces el psicólogo le dará las explicaciones del proceso.

La relación con nuestros padres

La relación que tenemos con nuestros padres influye en nuestro presente, bien gestionada puede evitar muchos malestares y ser una fuente de tranquilidad. Para ello como adultos debemos aprender a aceptar las desilusiones, a manejar la rabia y otras emociones desagradables hacia nuestros padres. Porque esa rivalidad nos influye, puede amargarnos la vida y dañar la relación con nuestros hijos y pareja.

Manejar los sentimientos con éxito significa conseguir calmar nuestra culpa como he abordado en este artículo. Otras veces requerirá aceptar que no nos entendemos, perdonar y cuidar de ellos. En otras ocasiones simplemente lograr sentirse en paz o no responsables de los actos paternos, este proceso podrá ser simbólico cuando los padres han fallecido o cuando no se quiere contactar con ellos porque ha habido violencia.

Debemos recordar que no estamos exentos de sufrir cuando amamos a alguien y por supuesto tampoco lo estamos cuando le despreciamos o ignoramos.

 

Apaciguarnos con nuestros padres puede ser un objetivo terapéutico para conseguir el equilibrio que nos falta con nosotros mismos.

 
 

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Belén Silván Oró

Belén Silván Oró. Licenciada en Psicología. Colegiada nª M-12091.
Especialista en Terapia Breve Estratégica. Especialista en Intervención en Ansiedad y Estrés. Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica. Experta en Hipnosis Ericksoniana. Experta en Neuropsicología Clínica y en Rehabilitación Neuropsicológica del Deterioro Cognitivo.

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