¿No sabes tú que no es valentía la temeridad?

Miguel de Cervantes.

 

 

La vida de cada persona está formada por un abanico de sensaciones, recuerdos teñidos de emociones. Pensar en nuestro primer amor nos puede transportar a un torbellino emocional, puede acelerar nuestro corazón hasta sentir que se nos sale del pecho.

La sustancia responsable de activar nuestro organismo se llama adrenalina, es una hormona que produce nuestro cerebro y que moviliza una cascada de reacciones en cadena: incrementa la frecuencia cardíaca, contrae los vasos sanguíneos, dilata los conductos de aire, y participa en la reacción de “lucha o huida” del sistema nervioso simpático.

Cuando advertimos un peligro se necesita energía para salvar el pellejo, por eso el cuerpo dispone de esta respuesta que se activa ante un riesgo, preparándonos para luchar o huir y por tanto es fundamental para nuestra supervivencia.

Buscar sensaciones a través de conductas que activan una descarga brusca de adrenalina, implica hacer actividades que supongan un cierto riesgo para la vida, la cuestión es sentir el peligro, una especie de impulso o corriente eléctrica en las venas para recordar que estoy vivo.

La práctica de ciertas actividades como subir en montañas rusas, el puenting, el paracaidismo, el descenso de cañones etc. forman parte de una manera sana de buscar sensaciones. Mientras éstas personas buscan aventura y tratan de reducir el peligro tomando medidas de seguridad, la otra cara de la moneda lo forma “el buscador o la buscadora de sensaciones”, personas que son conscientemente negligentes, que arriesgan sus vidas en conductas que suponen una alta probabilidad de perder la vida.

El “buscador/a de sensaciones” cuando supera un cierto umbral de peligro inicia una escalada en el riesgo, la persona necesita sentirse cada vez más cerca de la muerte para sentir que está vivo.

Cuando una conducta se repite nos habituamos a ella, va siendo menos estimulante y si era arriesgada la conciencia de peligrosidad disminuye. Aquella conducta que producía una descarga brusca de adrenalina ya no lo produce por lo que se necesita hacer cosas más arriesgadas y extremas para sentir el mismo efecto.

Las conductas de riesgo son usadas como medio para obtener una emoción en personas que se sienten anestesiadas, personas que pueden haber sufrido un daño psíquico como un trauma, un duelo, un estrés mantenido en el tiempo etc.

Las conductas antisociales muchas veces esconden problemas psicológicos que escapan al observador. Un adolescente víctima de una situación familiar difícil se mete en peleas cada vez más violentas arriesgando su vida. Cada pelea le aporta una sensación estimulante en contraste con su apatía generalizada.

Un hombre que ha sufrido la pérdida de su mujer en un asalto violento es incapaz de sentir ninguna emoción pero consigue vibrar cada vez que arriesga su vida en la ruleta rusa. La sensación de rozar la muerte le conecta con la vida, le produce tanta excitación que necesita volver a repetirlo cada semana.

Una mujer abandonada por su pareja llena su vacío teniendo relaciones sexuales con desconocidos, cada vez sus prácticas suponen mayor riesgo para su salud, necesitando contactos más agresivos para llegar al orgasmo.

Una joven con un grave trastorno alimentario busca que su pareja la asfixie durante unos segundos durante el acto sexual para sentir placer.

El “buscador/a de sensaciones” en tan frecuente en hombres como en mujeres. Detrás de la imagen fuerte y temeraria se esconde una persona herida y vulnerable, que no tolera el sufrimiento y que paradójicamente vive peligrosamente buscando una falsa sensación de felicidad.

Frente a esos momentos fugaces de emoción el resto de su vida permanece congelada, sin posibilidad de construir.

Excitar los sentidos buscando el riesgo es la mejor manera, si se sobrevive, para mantener abiertas nuestras heridas y que no cicatricen. Una terapia psicológica adaptada a su problema le puede ayudar a canalizar su sufrimiento o el de sus seres queridos sin recurrir a conductas extremas.

 

Cada persona contiene dentro de ella infierno y paraíso.

Oscar Wilde.

Contenido no disponible.
Por favor, acepta las cookies haciendo clic en el aviso
Belén Silván Oró

Belén Silván Oró. Licenciada en Psicología. Colegiada nª M-12091.
Especialista en Terapia Breve Estratégica. Especialista en Intervención en Ansiedad y Estrés. Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica. Experta en Hipnosis Ericksoniana. Experta en Neuropsicología Clínica y en Rehabilitación Neuropsicológica del Deterioro Cognitivo.

Usamos cookies propias y de terceros para mejorar tu experiencia y realizar tareas de analítica. Estas cookies están desactivadas hasta que las aceptes. Por favor, acepta nuestra política de cookies. más información

Los ajustes de cookies de esta web están configurados para "permitir cookies" y así ofrecerte la mejor experiencia de navegación posible. Si sigues utilizando esta web sin cambiar tus ajustes de cookies o haces clic en "Aceptar" estarás dando tu consentimiento a esto.

Cerrar