Vivir un trauma, ya sea abuso sexual, violencia familiar, sufrir un atentado etc., es una experiencia devastadora para todo ser humano que supone una ruptura con la imagen que se tiene de uno mismo y una marca con la que convivir.

El trauma psicológico tiene secuelas para el organismo, son los síntomas propios de lo que se ha venido a llamar Trastorno de Estrés Postraumático que lo padecen las personas que se han visto obligadas a permanecer en una situación de amenaza psicológica o vital de la que no pueden escapar y para la cual los recursos habituales no son eficaces.

Pierre Janet define así el trauma psíquico en 1894: “Es el resultado de la exposición a un acontecimiento estresante inevitable que sobrepasas los mecanismos de afrontamiento de la personas. Cuando las personas se sienten demasiado sobrepasadas por sus emociones, los recuerdos no pueden transformarse en experiencias narrativas neutras”.

En situaciones de amenaza o estrés, por ejemplo si somos atacados con violencia, los mecanismos de lucha y huida propios para la supervivencia pueden ser ineficaces e incluso más peligrosos, desarrollándose una defensa pasiva, que consiste en una respuesta de parálisis o congelamiento y una anestesia emocional.

Paralizarse ante un peligro tiene una función biológica en la supervivencia de todos los mamíferos, por ejemplo un animal consigue salvar su vida al hacerse el muerto evitando así que el depredador le siga atacando. Así mismo durante la parálisis se segregan endorfinas que son anestésicos naturales que atenúan el dolor físico y emocional.

Pero la defensa pasiva que se produce en situaciones traumáticas no es biológicamente homeostática, es decir no es un equilibrio sano para el organismo. Estudios con animales ante descargas eléctricas ilustran esta idea. En los años 60 un equipo de psicólogos estudiaban la relación entre el aprendizaje y el miedo, expusieron a perros a descargas eléctricas dolorosas inescapables y luego les daban la oportunidad de saltar una barrera para escapar de dichas descargas. Pero los perros tras unos segundos se quedaban inmóviles, se echaban y empezaban a gemir, no trataban de escapar.

Es lo que Seligman llamó indefensión aprendida (1975): es la convicción por parte de un animal o persona que ha perdido el control de lo que le sucede, de que nada de lo que pueda hacer reportará cambio alguno en ningún aspecto importante de su vida. Es un estado de “desmoralización” en la que no se tiene ninguna motivación para cambiar.

Es similar la respuesta humana al trauma y la de los animales ante la situación de descarga eléctrica inescapable. En ambos casos ante la situación amenazante se produce una disociación, es decir, una huida psicológica, una desconexión de la experiencia a través de la inmovilidad, una eliminación de los elementos inaceptables o negación u olvido de lo ocurrido.

Las personas que se disocian en el momento que sufren el trauma son más propensos a desarrollar los síntomas de Trastorno de Estrés Postraumático que se describen a continuación, que aquéllas personas que no se disocian:

• Reexperimentación del acontecimiento traumático: recuerdos repetidos e intrusivos, sueños perturbadores, flashback o sensación de estar viviendo el suceso de nuevo.

• Sufrimiento psicológico elevado al ser expuesto a personas o situaciones que recuerdan el trauma.

• Hiperactivación que causa dificultad de dormir, irritabilidad, ira, dificultad para concentrarse, hipervigilancia, respuestas de sobresalto elevadas.

• Cambio radical entre antes y después del trauma con un deterioro significativo en todas las áreas de la vida.

Las investigaciones sobre los procesos de la memoria apuntan que los recuerdos no son hechos precisos sino que son transformados en relatos que nos contamos a nosotros mismos y a los demás, con el fin de transmitir una narración coherente de nuestra experiencia con el mundo. Sin embargo las personas diagnosticadas de Estrés Postraumático conservan intactos sus recuerdos hasta 30 años después de los sucesos traumáticos porque los recuerdos traumáticos no son procesados con los demás recuerdos a los que se le han dado sentido como un todo coherente.

Los acontecimientos traumáticos pueden quedar grabados como recuerdos vívidos, congelados en el tiempo y manifestarse cómo fueron vividos, influenciando nuestra manera de ver las cosas y por tanto nuestra conducta. Si hemos tenido una mala experiencia no resuelta en la escuela con los compañeros, puede que en la actualidad estemos alerta ante algo que pueda ocurrir que signifique un riesgo psicológico, como el hecho de entrar a trabajar en un colegio (ej. ¿Y si se ríen de mi y no me respetan?) y decidamos no aplicar.

Cicatrizar el dolor como objetivo a lograr.

Algunos consejos en el proceso de recuperación del trauma para restablecer la seguridad perdida son:

1. Compartir el trauma con familiares y pedir ayuda psicológica.

2. Aprender técnicas de relajación, hipnosis, meditación, realizar ejercicio físico con el objetivo de reducir la activación física y manejar el estrés.

3. Reconstruir los recuerdos traumáticos a través de la narración y escritura para que dejen de ser intrusivos. Si damos espacio a los recuerdos dejarán de perseguirnos por el día y durante el sueño. Eso significa procesar el pasado, aceptar y no negar que nos ha ocurrido a nosotros, que hemos sido victimas de un hecho para poder avanzar a un futuro. Significa sufrir para dejar de sufrir.

4. Apoyarse en los vínculos que tenemos antes del trauma: familia, amigos, ocio. La tendencia al aislamiento es habitual por el miedo a dar lástima, la anestesia emocional, la apatía, la tristeza, el miedo etc. pero el aislamiento nos desconecta más de los demás, nos empeora y no nos deja avanzar.

5. Las fantasías de venganza, odio o compensación aparecen frecuentemente en la mente de la persona y pueden canalizarse a través de la escritura. Escribiendo cartas a los “culpables” podemos transformar la ira indefensa en indignación justificada para que poco a poco se convierta en neutra.

6. Esperar el perdón del agresor o la compensación social retrasará la curación porque no podemos controlar las acciones de los demás. En cambio si podemos tomar el timón de nuestra propia vida decidiendo dejar de dar protagonismo a los “verdugos” con nuestro sufrimiento, dejando así el rol de víctimas para demostrar que el daño no es permanente.

Al final de este proceso de recuperación su tarea será convertirse en la persona que desea. Mirar hacia delante, recuperar la capacidad de vivir el presente, de proyectar un futuro, de archivar los recuerdos traumáticos. La psicoterapia le ayudará a mejorar su autoestima, a activar su fuerza interior o resiliencia, es decir, aquellos recursos que han quedado sumergidos por el trauma.

 

La vida solo puede ser comprendida mirando hacia atrás, pero ha de ser vivida mirando hacia delante.

Sören Kierkegaard.

 

*Fuente y Artículo recomendado: El trauma psicológico: un proceso neurofisiológico con consecuencias psicológicas. Mario C. Salvador. Revista de Psicoterapia. Vol. XX. Nº80. 2009.

 

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Belén Silván Oró

Belén Silván Oró. Licenciada en Psicología. Colegiada nª M-12091.
Especialista en Terapia Breve Estratégica. Especialista en Intervención en Ansiedad y Estrés. Especialista en Clínica y Psicoterapia Psicoanalítica. Experta en Hipnosis Ericksoniana. Experta en Neuropsicología Clínica y en Rehabilitación Neuropsicológica del Deterioro Cognitivo.

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